POETA
Uno toca la puerta del pequeño Hotel, y de
alguna parte empiezan a caer las manzanas, las ventanas agitan sus alas, y la
corbata del poeta se muere de risa. En su mano que es al mismo tiempo un pájaro
y una tortuga, la acuarela de una línea de volcanes se derrama de luz. El poeta
ha llegado en un avión de cuatro patas, desde donde los pasajeros arrojaban
manojos de llaves, y se tragaban un lago por las ventanillas. El poeta apenas
pisó tierra (alguna vez tenía que hacerlo, aunque sea bajando de un avión), desató el hermoso
círculo de su abrazo para abrir un paraguas, y sacar delicadamente el origami
de un rinoceronte del bolsillo de su saco, a la altura del corazón. El poeta se
mira los zapatos y muestra sus calcetines dispares, azul y rojo, y al
regalarnos una sonrisa, un paisaje de árboles con un sol enredado se levanta a
sus espaldas. El poeta habla de futbol, de la sabia piel de las cebollas
sumergidas en aceite de oliva, de los tristes y curvados cables de alumbrado eléctrico,
y las fachadas bombardeadas de la fría ciudad a la que ha llegado. El poeta no
habla de palabras ni papeles, ni de los otros poetas que caminan de puntitas en
otros mapas. El poeta captura el silencio como si tuviera una cámara
fotográfica, y ya sabemos que esas fotografías muestran las fijaciones
submarinas de sus sueños. El poeta aprovecha que estamos dormidos, para robarse
la noche y llenarla de insultos. El poeta se marcha, y vuelve a subirse a un
avión, desde donde arrojará las palabras que nunca nos regalará.