sábado, septiembre 13, 2014




POETA
Uno toca la puerta del pequeño Hotel, y de alguna parte empiezan a caer las manzanas, las ventanas agitan sus alas, y la corbata del poeta se muere de risa. En su mano que es al mismo tiempo un pájaro y una tortuga, la acuarela de una línea de volcanes se derrama de luz. El poeta ha llegado en un avión de cuatro patas, desde donde los pasajeros arrojaban manojos de llaves, y se tragaban un lago por las ventanillas. El poeta apenas pisó tierra (alguna vez tenía que hacerlo, aunque sea bajando de un avión), desató el hermoso círculo de su abrazo para abrir un paraguas, y sacar delicadamente el origami de un rinoceronte del bolsillo de su saco, a la altura del corazón. El poeta se mira los zapatos y muestra sus calcetines dispares, azul y rojo, y al regalarnos una sonrisa, un paisaje de árboles con un sol enredado se levanta a sus espaldas. El poeta habla de futbol, de la sabia piel de las cebollas sumergidas en aceite de oliva, de los tristes y curvados cables de alumbrado eléctrico, y las fachadas bombardeadas de la fría ciudad a la que ha llegado. El poeta no habla de palabras ni papeles, ni de los otros poetas que caminan de puntitas en otros mapas. El poeta captura el silencio como si tuviera una cámara fotográfica, y ya sabemos que esas fotografías muestran las fijaciones submarinas de sus sueños. El poeta aprovecha que estamos dormidos, para robarse la noche y llenarla de insultos. El poeta se marcha, y vuelve a subirse a un avión, desde donde arrojará las palabras que nunca nos regalará.