lunes, noviembre 24, 2014

Miguel Ángel Delgado Luján


Escribir para resucitar

Miguel Ángel quiere ser un hippie o un rebelde. Tiene catorce años, cinco hermanos y un programa de radio favorito, El Tocadiscos, donde trata de memorizar los temas de Santana y The Guess Who. Miguel Ángel vive y estudia en Arequipa. En su colegio ha ganado un campeonato de natación y todos los años participa en alguna actividad. También va a las fiestas con amigos que no le dicen Miguel Ángel sino 'Pato', un derivado de Bato, su nombre postizo, su identidad secreta. Ahí está entonces 'Pato', tan tímido, tomando valor para sacar a bailar a La Niña del Trigal, una rubiecita de doce, con lunares y hot-pants, que le recuerda mucho a una canción que el argentino Sandro ha puesto de moda. Estamos en 1969. Ese año, los padres de Miguel Ángel se hacen cargo de un hotel de la campiña en cuya piscina él se remoja por horas. Cuando no nada, explora los cerros con sus hermanos, construye cometas, o caza alacranes que luego hace pelear en una jaula de vidrio.


Una noche, sin embargo, la sólida felicidad de ese mundo se viene abajo. Se destruye. La visión de unas nubes oscuras y deformes en el patio parecen anunciar una tormenta que Miguel Ángel comenzará a vivir en su interior. Esa misma noche empiezan las primeras fiebres, acompañadas de unos hincones en la cabeza que él trata de amortiguar leyendo novelitas baratas de ciencia ficción donde los personajes de repente se hacen invisibles para siempre. De un día al otro, ni su voz se oye con la misma fuerza ni sus manos se mueven con la elasticidad acostumbrada. Los médicos desfilan delante de su cama: uno dice fiebre tifoidea, otro septicemia y un tercero —cuando Miguel Ángel ya ha dejado de hablar y su cuerpo es una piedra de tan rígido— da el diagnóstico más desconcertante o imbécil: engreimiento. 

Cuando 'Pato' supo que lo suyo era producto del ataque de un virus cerebral, ya se había acostumbrado a la cama del hospital, a alimentarse por inyecciones, a las escaras que aparecían en su cuerpo y lo hacían aullar, al cruel insomnio que no lo dejaba olvidar su tragedia ni por un instante. Como les ocurría a los héroes de aquellas novelas, sintió que él también comenzaba a hacerse invisible.   

Pero no. Miguel Ángel Delgado Luján, el 'Pato' Delgado, no desapareció. La otra tarde se presentó en la puerta de RPP y preguntó por mí. Allí estaba, convertido en un hombre de 58 años, sentado en una silla de ruedas conducida por su esposa, trayéndome sus libros, los muchos libros que ha escrito —pulsando tecla por tecla— desde que supo que quería ser escritor, desde que descubrió que tenía que serlo porque en esa rampante soledad de hospital, con esos indecibles dolores encima, lo único que lo ayudaba a sobrevivir era el sueño de escribir, de convertirse en otro a través de la escritura. "Te leo todos los domingos", me dijo, mientras me abrazaba con esos músculos que aún hoy, después de tanto batallar, solo le responden a medias. Y yo, que nunca he sabido cómo corresponder gestos de apabullante humanidad, solo pensaba en llegar a mi casa para escribir una columna que pudiera servir de algo. Una columna, querido 'Pato', que sea el torpe síntoma de mi más honda gratitud. 


Renato Cisneros 

La República Domingo, 09 de noviembre de 2014