“LIBRE DE POLVO Y PAJA”
Se dice del que resulta libre de toda culpa, es decir, que está limpio. También se dice de lo que se da o se recibe sin precio ni costo alguno, y del producto líquido, descontados los gastos. Pero aunque no se dice, podría decirse del que es ajeno al polvo y a la paja. La moralina lo fomentaría y la estupidez lo respaldaría.
¿Y de qué se estaría libre en este caso? Es el tema de esta nota; los dos temas, porque se trata del polvo y de la paja; que no ensucian ni limpian, sino todo lo contrario.
“Un buen polvo es un buen polvo”, me enseñó un cura sabio y viejo de quien me hice amigo en un pueblecito lejano en mi tiempo y en mi geografía. La afirmación era contundente y sencilla, pero su ejecución era otro asunto, como lo fui descubriendo entre las nubes maravillosas de esa polvareda que es la vida bien vivida.
Y así, entre esa maraña de prohibiciones idiotas y polvos asustados y defectuosos, aprendí que hay polvos alimenticios sin los cuales no se puede vivir, y polvos cósmicos, cuya masa total equivale a la masa total de las estrellas, y sin los cuales tampoco se puede vivir. Descubrí, detrás de las puertas y en la oscuridad de los juegos, los inesperados polvos del capuchino, que huelen a santidad y saben a pecado; y los prolongados polvos de la siesta del fauno, que, si nos faltan no podemos vivir. Pero entre los más sabrosos están los polvos de la madre Celestina, secretos, sonrientes, interminables y felices.
Y sin éstos, tampoco se puede vivir. En resumen, que sin una sucesión interminable, variada e imaginativa de polvos, no se puede vivir, o se vive muy mal, y después se va uno al cielo, que dicen que es atroz.
Un buen polvo se puede echar, o mejor dicho, compartir, en cualquier parte y en cualquier momento. Hombres y mujeres, en todas partes, van buscando estos momentos. Pero casi siempre se termina por buscar, también, una buena cama. Y la mejor es la más próxima e inmediata. Sin embargo, recuerden que la cama es excelente, pero hay que tomar precauciones, porque puede conducir a la filosofía post coitum, a dormir juntos, y al amor. Además, la cama, como requisito del primer polvo, puede hacer que éste no llegue nunca; porque el mejor lugar y el momento más oportuno para un polvo, el primero o el décimo séptimo, es aquí y ahora.
Postergarlo diez minutos, una hora o un día, suele terminar en una cama vacante. Lo que nos lleva al segundo tema de esta nota: la paja.
En primer lugar, la paja no es un sustituto del polvo, ni un camino hacia éste, ni tampoco un polvo solitario. La paja no tiene nada que ver con el polvo, ni éste con aquella. Ambos son conjunciones magistrales de arte y tecnología, pero esencialmente distintos. Porque el polvo es la comunión más íntima, y la paja es la suprema individualidad. El polvo es el delirio de la generosidad, y la paja es el éxtasis del egoísmo. El polvo es un contrapunto, y la paja es una melodía. El polvo requiere, como mínimo, dos personas; y la paja como máximo, una persona. Sin embargo se pueden enriquecer mutuamente.
Lo que se descubre con la paja se puede elaborar en el polvo, y lo que se experimenta con éste, se puede analizar con aquella.
A diferencia del polvo, la paja tiene dos géneros; el polvo es hermafrodita. Una pareja copulante es una integración indiferenciada, o debe serlo; mientras que un hombre y una mujer corriéndose la paja, aunque sea en la misma cama y a la misma hora, son dos seres que ejercen sus respectivos derechos individuales, sus libertades irrestrictas, sus absolutas soledades.
Del mismo modo que es imposible abusar de la belleza, de la inteligencia, de la felicidad, de la creatividad, del amor y de la bondad, también es imposible abusar del polvo y la paja.
Y es una verdadera lástima.
ARMANDO ROBLES GODOY
Se dice del que resulta libre de toda culpa, es decir, que está limpio. También se dice de lo que se da o se recibe sin precio ni costo alguno, y del producto líquido, descontados los gastos. Pero aunque no se dice, podría decirse del que es ajeno al polvo y a la paja. La moralina lo fomentaría y la estupidez lo respaldaría.
¿Y de qué se estaría libre en este caso? Es el tema de esta nota; los dos temas, porque se trata del polvo y de la paja; que no ensucian ni limpian, sino todo lo contrario.
“Un buen polvo es un buen polvo”, me enseñó un cura sabio y viejo de quien me hice amigo en un pueblecito lejano en mi tiempo y en mi geografía. La afirmación era contundente y sencilla, pero su ejecución era otro asunto, como lo fui descubriendo entre las nubes maravillosas de esa polvareda que es la vida bien vivida.
Y así, entre esa maraña de prohibiciones idiotas y polvos asustados y defectuosos, aprendí que hay polvos alimenticios sin los cuales no se puede vivir, y polvos cósmicos, cuya masa total equivale a la masa total de las estrellas, y sin los cuales tampoco se puede vivir. Descubrí, detrás de las puertas y en la oscuridad de los juegos, los inesperados polvos del capuchino, que huelen a santidad y saben a pecado; y los prolongados polvos de la siesta del fauno, que, si nos faltan no podemos vivir. Pero entre los más sabrosos están los polvos de la madre Celestina, secretos, sonrientes, interminables y felices.
Y sin éstos, tampoco se puede vivir. En resumen, que sin una sucesión interminable, variada e imaginativa de polvos, no se puede vivir, o se vive muy mal, y después se va uno al cielo, que dicen que es atroz.
Un buen polvo se puede echar, o mejor dicho, compartir, en cualquier parte y en cualquier momento. Hombres y mujeres, en todas partes, van buscando estos momentos. Pero casi siempre se termina por buscar, también, una buena cama. Y la mejor es la más próxima e inmediata. Sin embargo, recuerden que la cama es excelente, pero hay que tomar precauciones, porque puede conducir a la filosofía post coitum, a dormir juntos, y al amor. Además, la cama, como requisito del primer polvo, puede hacer que éste no llegue nunca; porque el mejor lugar y el momento más oportuno para un polvo, el primero o el décimo séptimo, es aquí y ahora.
Postergarlo diez minutos, una hora o un día, suele terminar en una cama vacante. Lo que nos lleva al segundo tema de esta nota: la paja.
En primer lugar, la paja no es un sustituto del polvo, ni un camino hacia éste, ni tampoco un polvo solitario. La paja no tiene nada que ver con el polvo, ni éste con aquella. Ambos son conjunciones magistrales de arte y tecnología, pero esencialmente distintos. Porque el polvo es la comunión más íntima, y la paja es la suprema individualidad. El polvo es el delirio de la generosidad, y la paja es el éxtasis del egoísmo. El polvo es un contrapunto, y la paja es una melodía. El polvo requiere, como mínimo, dos personas; y la paja como máximo, una persona. Sin embargo se pueden enriquecer mutuamente.
Lo que se descubre con la paja se puede elaborar en el polvo, y lo que se experimenta con éste, se puede analizar con aquella.
A diferencia del polvo, la paja tiene dos géneros; el polvo es hermafrodita. Una pareja copulante es una integración indiferenciada, o debe serlo; mientras que un hombre y una mujer corriéndose la paja, aunque sea en la misma cama y a la misma hora, son dos seres que ejercen sus respectivos derechos individuales, sus libertades irrestrictas, sus absolutas soledades.
Del mismo modo que es imposible abusar de la belleza, de la inteligencia, de la felicidad, de la creatividad, del amor y de la bondad, también es imposible abusar del polvo y la paja.
Y es una verdadera lástima.
ARMANDO ROBLES GODOY
No hay comentarios:
Publicar un comentario